Yuri Gagarin, el conde de Orgaz y Val del Omar
Esta publicación relaciona, por primera vez, la obra de tres artistas europeos como Jorge Oteiza, Yves Klein y José Val del Omar. El punto de partida de esta reflexión se centra en el análisis de una circunstancia ajena a la práctica artística, pero que provocó en todos ellos una respuesta estética de diversa índole: el vuelo del astronauta soviético Yuri Gagarin, primer hombre que salió al espacio en abril de 1961.
Jorge Oteiza se enfrentó al caso de Gagarin con una peculiar mezcla de intereses estéticos, científicos y preocupaciones metafísicas. Según Oteiza, Gagarin se habría encontrado en su vuelo con el personaje al que El Greco había puesto en órbita varios siglos antes en su pintura “El entierro del conde de Orgaz”. De este modo, Oteiza identificó el logro técnico de Gagarin como solución científica, con la propuesta de la pintura de El Greco, solución religiosa. Sin embargo, para Oteiza, la verdadera solución no estaba en la técnica ni en la religión, sino en la estética: en la propuesta vacía de Velázquez en Las Meninas. Para Oteiza, mediante esta conquista estética del vacío, el hombre contemporáneo puede alcanzar un estado de “ingravidez espiritual”, más profundo que la ingravidez física de Gagarin o religiosa de El Greco.
Klein coincide con Oteiza al reivindicar la solución artística por encima de la tecnológica. Pero se encuentra en sus antípodas al reclamar (frente a la “ingravidez espiritual” de Oteiza) la necesidad de un vuelo físico, vinculado a la realidad del cuerpo transfigurado de la tradición religiosa occidental. Una contraposición que refleja dos conceptos artísticos opuestos: mientras que Oteiza reivindicó la “Nada” como el final de su proceso artístico, el trabajo de Klein se centró sobre lo “inmaterial”, que el mismo defendió explícitamente como opuesto a la “nada”.
La problemática de la gravedad, a la que tanto Oteiza como Klein hicieron relación, preocupaba fuertemente a José Val del Omar. Probablemente por eso recibió con emoción la noticia del vuelo espacial de Gagarin y, cuando, en mayo de 1961, estrenó en Cannes su película “Fuego en Castilla”, incluyó una referencia en el programa de mano al astronauta soviético. El cineasta consideraba Fuego en Castilla como “un documental sobre la ley de la gravedad”, o más bien sobre el modo de superarla, que para él no era otro que la vía mística. Esto ya lo había planteado en “Aguaspejo granadino”, su cortometraje sobre las fuentes de la Alhambra, en la que se contraponía la pesantez de la piedra y el agua estancada, a la aspiración a la elevación representada por los surtidores. La película de Val del Omar “Fuego de Castilla” permite establecer fuertes paralelismos con la obra de Oteiza y Klein. [EXTRAÍDO DE KULTURKLIK]
Jorge Oteiza se enfrentó al caso de Gagarin con una peculiar mezcla de intereses estéticos, científicos y preocupaciones metafísicas. Según Oteiza, Gagarin se habría encontrado en su vuelo con el personaje al que El Greco había puesto en órbita varios siglos antes en su pintura “El entierro del conde de Orgaz”. De este modo, Oteiza identificó el logro técnico de Gagarin como solución científica, con la propuesta de la pintura de El Greco, solución religiosa. Sin embargo, para Oteiza, la verdadera solución no estaba en la técnica ni en la religión, sino en la estética: en la propuesta vacía de Velázquez en Las Meninas. Para Oteiza, mediante esta conquista estética del vacío, el hombre contemporáneo puede alcanzar un estado de “ingravidez espiritual”, más profundo que la ingravidez física de Gagarin o religiosa de El Greco.
Klein coincide con Oteiza al reivindicar la solución artística por encima de la tecnológica. Pero se encuentra en sus antípodas al reclamar (frente a la “ingravidez espiritual” de Oteiza) la necesidad de un vuelo físico, vinculado a la realidad del cuerpo transfigurado de la tradición religiosa occidental. Una contraposición que refleja dos conceptos artísticos opuestos: mientras que Oteiza reivindicó la “Nada” como el final de su proceso artístico, el trabajo de Klein se centró sobre lo “inmaterial”, que el mismo defendió explícitamente como opuesto a la “nada”.
La problemática de la gravedad, a la que tanto Oteiza como Klein hicieron relación, preocupaba fuertemente a José Val del Omar. Probablemente por eso recibió con emoción la noticia del vuelo espacial de Gagarin y, cuando, en mayo de 1961, estrenó en Cannes su película “Fuego en Castilla”, incluyó una referencia en el programa de mano al astronauta soviético. El cineasta consideraba Fuego en Castilla como “un documental sobre la ley de la gravedad”, o más bien sobre el modo de superarla, que para él no era otro que la vía mística. Esto ya lo había planteado en “Aguaspejo granadino”, su cortometraje sobre las fuentes de la Alhambra, en la que se contraponía la pesantez de la piedra y el agua estancada, a la aspiración a la elevación representada por los surtidores. La película de Val del Omar “Fuego de Castilla” permite establecer fuertes paralelismos con la obra de Oteiza y Klein. [EXTRAÍDO DE KULTURKLIK]
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